Crisis de fè

Las mamás de las grandes ciudades vivimos invadidas, disociadas, desparramando nuestra energía en miles de actividades impuestas desde afuera y con mucho ruido que nos impide escucharnos a nosotras mismas y así perdiendo la intuición y el espacio propio, nos perdemos.
Y no soy la excepción, en mi casa no les importa nada de mí ,solo les importa que tenga que hacer lo que tengo que hacer, que les alcance lo que perdieron, que les encuentre lo que no pueden encontrar, a mi no se me puede cruzar por la cabeza ni comer, ni hablar por teléfono con tranquilidad y paciencia, no , por que se van a poner a cometer delitos en mis narices (se caen, se cortan,desparraman todo, se pegan, gritan o me sacan la comida de la boca!)

Aveces me siento perdida en mi propia casa, no sé donde estar, estoy asustada por momentos, con mis viejos no puedo hablar, ya luego me dicen ASI ES!!, con los amigos no puedo conectar, no me siento comprendida por nadie, tengo un vacío existencial, no entiendo la vida, soy una persona sin fe y estoy llena de preguntas sin respuesta:

¿seré demasiado exigente con mis hijos? ¿Será verdad la reencarnación? ¿Cuánto dura la carne cocida en la refri? ¿ y La vacuna contra la gripe??

Así no se puede vivir!!!, por eso mi abuela estaba todo el día agarrada a una cruz, solo una fè religiosa puede sostenerte cuando vives con tanta duda e incertidumbre!!!

Y Willy lo único que tiene que hacer en su vida es entenderme, y es que yo soy quien resuelve siempre lo complicado, willly siempre dice que estoy muerto, que quiero ir al baño, 40 minutos se pasa en el baño! que carajo hace en 40 minutos!!!(lee , hace sodoku, crucigramas!) Que quiere ver el partido tranquilo, que quiere hacer zapìn, y me tiene a mi haciendo todo!


y un día me convertí en esa madre que aborrecía.

Y es que ser mamá, esposa, amiga, flaca, progresista, tener las uñas pintadas, trabajar y ser feliz es demasiado para una sola mujer. Yo no quiero dejar de ser la chica divertida, inteligente y sexy de la que se enamoró Willy hace diez años, pero la maternidad me empujó a la exigencia desmedida y a la adicción a las harinas. En mi lucha por hacer feliz a mis hijos y conservar mi identidad, debo enfrentarse a medio planeta, osea a los pediatras, sicologos, a las mamis del colegio, los opinólogos y demás aprender a hacer un montón de manualidades insufribles para cumplir con lo que se espera de una ‘mami’ en el cole... ¡Y por favor que alguien borre esa palabra del mapa!

Ahora se suman presiones de que coman sano, jueguen con juguetes naturales o tener que estar en cada clase particular.

Cuando nuestras madres fueron la primera generación de mujeres que quisieron todo (hijos y una vida profesional) e hicieron ese enorme esfuerzo de compaginar ambos planetas, tuvieron su moda acorde, por ejemplo la leche evaporada. Los pediatras decían ‘no pasa nada, dale mamadera’ y los chicos fuimos a nidos a los 5 años o nos cuidaban las abuelas. Ahora la apuesta se triplicó: hay que ser exitosas en lo profesional, ganar igual que los hombres y también tener un parto respetado y sentido en lo posible sin anestesia, criar con apego, upa, wawita, colecho, teta libre.

Estamos caotizadas porque queremos todo. estamos en todos lados. Menos en el gimnasio y la peluquería.

Y con todo el amor que recibo de mis hijos (sí, reincidí en la maternidad porque tengo un corazoncito suicida), con lo feliz que soy como madre, con el tiempo transcurrido y con la experiencia a cuestas, puedo reflexionar más profundamente sobre qué nos pasa a las mujeres que hablamos tan poco de nuestras emociones y experiencias maternas, o por qué no lo hacemos con mayor sinceridad.




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